CÁTEDRA DE DILDOTECTÓNICA
MICROPROSTÉTICA
GRUPO DE OBTENCIÓN Y REGISTRO
DE DATOS APLICABLES A LA ‘PATAPHYSICA + UNIÓN DE TOSTADORES DE ALMENDRAS
(GORDAP+UTA)
RAIMUNDI INTELLIGIBILIS
Bienvenidas y bien halladas. El equipo de Sociedad Excéntrica, que constituyo únicamente en un cincuenta por ciento, agradece vuestra asistencia y os invita a que os suméis a nuestras filas, ya sea mediante aportaciones teóricas a esta vasta ciencia que os presento mesiánicamente como única alternativa posible al desasosiego del espíritu y la corrupción de las costumbres, ya sea hipotecando vuestra casa y cediendo a nuestra empresa vuestras vanas posesiones. Narcissus Maximus, cofundadora de la Sociedad y doctora en ‘Pataphysica, ha tenido que ausentarse por otro compromiso en Razzmatazz; ahora estará haciendo headbanging a ritmo de Ensiferum. Pero Raimundi Intelligibilis ha acudido con intención de evangelizar a las asistentes de esta solemne velada y presentarles su último proyecto: el GORDAP+UTA (Grupo de Obtención y Registro de Datos Aplicables a la ‘Pataphysica + Unión de Tostadores de Almendras), una sucursal oficiosa del Collège de ‘Pataphysique en esta ciudad muerta.
Un
inciso: Raimundi Intelligibilis soy yo. Si me refiero a mí mismo en tercera
persona o empleo en algún momento el plural mayestático considerad que el rey
Ubú, pionero en la ciencia de las ciencias, también era un tanto pretencioso y
aún así a todo el mundo le caía simpático.
Prosigo.
Como decía, vengo a presentar el GORDAP+UTA, que como el resto de institutos
pataphysicos se rige por un estricto protocolo, tiene un organigrama complejo
al estilo del ejército o la iglesia y, aquí viene lo más importante, está
compuesto por múltiples comisiones y subcomisiones en los que el saber se
organiza con tal precisión y exactitud que a su lado el CSIC pasa por un grupo
de adolescentes creando gráficas con Paint para su treball de recerca. En
nuestro instituto hemos instaurado tres cátedras: cátedra de Neurastenia Avanzada,
cátedra de Excrementística y Estudios Fecales y, en último lugar, cátedra de
Dildotectónica Microprostética. Esta es la mía, y me atrevo a decir que
es la más seria de todas. No sólo por la agudeza de nuestras investigaciones y
la eficacia de nuestros experimentos (recordemos que la base empírica es
fundamental en cualquier investigación científica, todos los epistemólogos
menos Feyerabend están de acuerdo y a este último lo ignoramos por llevar
calcetines blancos y peinarse con cortinilla). Además del éxito cosechado hasta
la fecha, mi cátedra tiene una pretensión mucho más elevada que la del resto de
mis colegas, a los que por otro lado admiro y respecto a pesar de su indudable
falta de perspectiva. Con la dildotectónica pretendo superar la metafísica.
Como la ética, que ha sido rescatada por formas inéditas y desvirtuadas de
hacer filosofía (bioética, ética empresarial), también la ontología (ciencia
del ser en cuanto tal) necesita un giro conceptual y la mejor oportunidad que
se nos presenta es la del pensar en torno al dildo.
Pero,
¿en qué términos definir la dildotectónica? Tomemos un párrafo del Manifiesto Contrasexual: “la
dildotectónica es la contraciencia que estudia la aparición, la formación y la
utilización del dildo; localiza las deformaciones que inflige el dildo al
sistema sexo/género”. Maravilloso. La lucidez de Preciado es envidiable. Han
pasado quince años desde la publicación de este libro y conserva intacta su
vigencia. Sin embargo, se queda en el plano metafísico, y como todo el mundo
sabe la ‘Pataphysica es la ciencia de aquello que se añade a lo que está más
allá de la física, por lo que nuestras reflexiones tomarán una dirección
distinta –si bien no diametralmente opuesta; digamos que rotarán 7º grados a la
izquierda, como Ciutadans con respecto al Partido Popular.
No
podemos negar la dimensión masturbatoria del dildo. (Si utilizo continuamente
esta palabra y no la sustituyo por sinónimos como “strap on” o polla de goma
es, precisamente, por la idea de que el pene sería más bien un dildo de carne.)
Tampoco su dimensión performativa –en el sentido butleriano-, empleado por las
lesbianas de los noventa no sólo como juguete sexual, sino también como elemento
indispensable de toda performance drag
king y dispositivo de rebelión somatopolítica. Desde luego es mucho más que una
alternativa a la tijera; aunque los pataphysicos nos pretendemos impertubables
y no nos comprometemos con nada ni con nadie, hemos querido adoptar una
perspectiva de género en nuestro trabajo y a raíz de esta maniobra descubrimos
un sinfín de nexos comunes entre la teoría queer y nuestra ciencia. En primer
lugar, la concepción del discurso científico como un relato más y su deconstrucción en busca de elementos míticos o contingentes.
Pero hay más: constatamos que la ciencia procede de igual modo en el desarrollo
de sus investigaciones y en la asignación del sexo en el momento de nacer.
Mientras que el fenómeno es adscrito inmediatamente a una generalidad (burdo
medio de soldar excepciones entre sí), también el cuerpo es catalogado ipso facto como masculino o femenino
atendiendo únicamente a sus genitales. ¿Cuántas de vosotras conoce su carta
cromosómica o sabe cuáles son sus niveles hormonales? ¿Nadie? Y sin embargo,
sabemos que el sexo biológico no viene determinado únicamente por lo que hay
entre las piernas y que entre los diversos factores que lo configuran no se da
siempre una armoniosa concordancia. Las singularidades del fenómeno, que hacen
de él algo particular y defectuoso, son ignoradas para forzar su adecuación
a leyes universales; tampoco se admite que el cuerpo es múltiple e irreductible
a dos categorías rígidas como “hombre” y “mujer”, mutilando el micropene de un
neonato si fuese necesario para legitimar su postura.
Dejemos
a un lado, aunque sin perder de vista el dildo, el terreno sexual y las
reivindicaciones transfeministas; nuestro origen burgués nos ha convertido en
puritanas. Es fácil que nos escandalicemos con cualquier cosa. Considerémoslo
entonces un objeto ornamental; de hecho, esto de los ambientadores de diseño
(AirWick Freshmatic y demás) probablemente haya dado lugar a confusiones de lo
más cómicas… y perfumadas. Amplia gama de colores, todo tipo de formas (largos,
cortos, anchos, finos, flexibles o rígidos como una baguette de Mercadona) y
precios desorbitados: son como esculturas de Arik Levy aptas para todo tipo de
cavidades, y no sólo lofts en la quinta avenida. Los dildos hacen bonito; algo
así debió pensar Stanley Kubrick cuando dirigía “La naranja mecánica”, porque
aquella escultura con la que Alex golpea a la propietaria de la casa que han
asaltado es en realidad… efectivamente, un dildo. De proporciones bíblicas,
pero un dildo al fin y al cabo. Y no lo era porque aquella entrañable señora lo
hubiese insertado en su yerma vagina, ni porque tuviera la forma de un
cilindro sostenido por dos óvalos de superficie tersa y lisa (primera sincronía
genital), sino a causa de las propiedades descritas por su virtualidad. Explicar esto
implicaría dar una charla introductoria que ya carece de sentido. Dejémoslo en
que, aunque tuviera forma triangular y dispensara nubes de azúcar, seguiría
siendo un dildo.
Esa es
nuestra principal tarea: identificar los dildos potenciales que se ocultan tras
objetos cotidianos y aparentemente inofensivos. El dildo en vuestro cepillo de
dientes y en el tubo de pasta dentífrica. El dildo en el mango que sujetáis
para peinaros. El dildo en vuestro bolígrafo de cuatro colores y en ese
fluorescente marca Pelikan con que destacáis los versos de Mario Benedetti (¡horror!). El dildo en la pata de la silla y en el pomo de la puerta que giráis
con cuidado sin saber que estáis palpando un pene. Sí, un pene, porque la
dialéctica entre naturaleza y artificio murió gracias a los posmodernos y es
algo por lo que debemos estar agradecidas. En definitiva: vivimos rodeadas de
dildos y es algo que una constata cuando desarrolla esa percepción pataphysica
del mundo en la que os estoy introduciendo como buenamente puedo, no sin
dificultades aunque sí con mucho rigor (el que se espera de una ciencia
destinada a brindarnos la llave que nos permita acceder a un universo
suplementario).
Que
estemos rodeadas de dildos no significa que debamos introducírnoslos todos, ¡ni
mucho menos! Atendiendo a los riesgos bacteriológicos que se derivarían del uso
(onanista) de los elementos citados, mejor recurrir a material debidamente
esterilizado. Qué coño, mejor no masturbarse y llevar la pesada carga de la
castidad con estoico aplomo. Fernando Arrabal se pasó entre diez y veinte años
(la cifra es difícil de concretar por su tendencia a magnificarlo todo) sin
tocar a su mujer, Luce Moreau. Y jamás sucumbió en los momentos de debilidad.
Tampoco Dalí, que en el momento de conocer a Gala padecía de una presión
testicular espantosa a la que ella puso fin muy gentilmente.
Además
de emprender campañas masivas de búsqueda dildotectónica, nos vemos en la
obligación de suministrar las herramientas necesarias para que vosotras los
identifiquéis o podáis incluso producirlos como en una versión porno de
MacGyver. Y, una vez encontrado (o fabricado), podréis darle el uso que
estiméis oportuno. Yo, por ejemplo, llevo uno en la frente para evocar a una
figura mitológica eclipsada por una versión más amanerada pero con mucho menos
carácter: el pollacornio. Si admitimos que los mitos (de la Grecia Antigua, de
la Modernidad o del tardocapitalismo, poco importa) son narraciones que ofrecen
una explicación de fenómenos físicos o de la propia condición humana,
comprensibles por cualquiera (menos por los lectores de La Gaceta), ¿qué
motivos me impiden a mí, doctor en ‘Pataphysica, crear mi propia cosmología? El
pollacornio como metáfora del hombre cishetero europeo y caucásico, en cuya
cabeza se explicita un apéndice que lo dirige, conformado por un glande, un
prepucio y un escroto de plástico. Que no se me enajene ninguno, por favor.
También se pueden idear acciones pornoterroristas, eso está en manos de la
usuaria; si queréis destruir el patriarcado a dildazos, contaréis con el
respaldo de Sociedad Excéntrica.
Trabajamos
en otras hipótesis de investigación y seguimos buscando dildos camuflados pero,
en esencia, esto es todo lo que hacemos. El Collège de París, aunque está al
corriente de nuestra actividad y no nos ha declarado –por el momento- personae non gratae, tampoco conoce al
detalle cuáles son nuestros ejes teóricos. Mejor así, porque la media de edad
está en los 73 años y, aunque a todos les encanta hablar de clítoris y
felatrices, no los vemos muy dispuestos a revisar sus privilegios. Cabe decir
que la situación en que nos encontramos actualmente es, cuando menos,
prometedora: por primera vez en la historia del Colegio, la jefaza [“the big
boss(e)”] es una mujer, Tanya Peixoto. También Italia tiene directora en lugar
de director. Parece que al fin la voluntad de la Santa Madre Ubú se sobrepone al
ombligo o gidouille de su esposo. Son
buenos tiempos para la ‘Pataphysica… y para la dildotectónica.
Muchas
gracias.
Yo me compré una impresora 3D de tamaño extra que hace artefactos de plástico ecològico y biodegradable de hasta 60 cms de largo.
ResponderEliminarhttps://2013editorial.wordpress.com/2013/05/14/buit/
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